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Palabra por palabra: Gregorio Pompilio

Cientos de villenses se movilizaron rumbo a Buenos Aires en junio de 1973. Algunos lo hicieron en colectivos y otros en caravanas de autos. Todos iban al encuentro con Juan Domingo Perón, quien regresaba al país tras 18 años de exilio.
Una gigantesca movilización popular, estimada en dos millones de personas, se preparó para recibirlo en el cruce de la autopista Ricchieri con la ruta 205, a tres kilómetros del aeropuerto de Ezeiza. Pero el ambiente festivo, los estribillos y bombos, fueron sobrepasados por la crónica policial. La derecha peronista copó el palco y desde allí enfrentó a las columnas de izquierda, desplegadas con la intención de impresionar a Perón por el número y el fervor de sus militantes. No hay precisiones sobre la cantidad de muertos y heridos que hubo, pero se habla de entre 13 y 25 muertos, más cientos de heridos. El reencuentro con Perón no se produjo, ya que el avión que lo traía aterrizó en la brigada aérea de Morón. Después de ese punto de quiebre, ya no hubo vuelta atrás.
“No me lo contaron, yo lo viví”, dice Gregorio Pompilio. Pasaron 40 años pero sus recuerdos son nítidos, aunque su película es en blanco y negro, desconcertante. “Yo era un pibe, tenía 27 años y era ingenuo, creía que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, me faltaba perspectiva, como a muchos que todavía hoy no comprenden quién es el verdadero enemigo. Como villense, años más tarde entendí que aquello fue el anticipo de lo que después iba a pasar”, señala.
Con mucho esfuerzo logró ubicarse a la izquierda del palco, a unos 80 metros del imponente escenario, coronado por gigantografías de Perón y Evita sostenidas por una estructura tubular metálica, junto a una especie de cabina desde donde, aparentemente, Perón debía hablar. Mientras tanto, Leonardo Favio arengaba a la multitud, micrófono en mano.
Delante del palco una apretada masa humana se extendía más de un kilómetro. “No se veía el final, era un ambiente maravilloso, con los cánticos y el ruido de los bombos que no dejaban de sonar”, evoca Pompilio.
Los músicos de la orquesta estable del Teatro Colón se preparaban para ejecutar la marcha peronista. “Después se comprobó que habían introducido armas en los estuches de los músicos”, asegura "Goyo". “De pronto se escucharon tiros cerca de los árboles y los de la sinfónica se tiraron al suelo. En el escenario hubo un movimiento confuso de personas y mis compañeros empezaron a gritar ‘están tirando’, así que no pude ver mucho porque nos arrojamos al piso”, recuerda.
El presunto ataque provenía de atrás del palco, aparentemente de una columna de manifestantes que llegaba desde el sur. Pompilio comenta que “después se dijo que el propósito era copar el escenario por la parte posterior, pero lo cierto es que nadie podía ingresar ya por delante”.
¿Partieron de esa columna los primeros tiros o se disparó contra ellos tratando de interceptarlos? Desde el lugar donde estaba Gregorio era imposible saberlo.
“Tengo la imagen de Leonardo Favio echándose cuerpo a tierra en la cabina que estaba instalada en lo alto, exhortando ahora a la gente para que no avanzara sobre el palco y permaneciera en su sitio. Creo que gracias a él no hubo más muertos, ya que si la multitud desbordaba las instalaciones del puente, la tragedia hubiera sido mayor”, conjetura el entrevistado.
Las situaciones que observó cuando el tiroteo arreciaba son suficientemente gráficas: una mujer tratando de huir con una criatura en brazos, un joven que se había trepado a una de las torres de sonido fue bajado a golpes, varios hombres agarrando de los pelos a otro muchacho, gente caída y ensangrentada, un sacerdote rezando en medio de una confusión infernal.
Mientras los militantes intentaban entender qué estaba pasando, entre bambalinas la decisión estaba tomada. El avión siguió hasta Morón. En lugar del discurso del líder, desde los altoparlantes se invitó a la desconcentración. Fue una caminata larga, silenciosa, profundamente decepcionante. Todavía le resonaban los ecos de los disparos cuando emprendió la vuelta a Villa Constitución. “No me lo contaron, yo lo viví”, repite "Goyo".

¿Cuál es su palabra favorita?

Amor.

¿Cuál es la palabra que menos le gusta?

Terror.

¿Qué es lo que más le causa placer?

Los domingos en familia, cuando mis hijos vienen a casa y la reunión familiar se multiplica en el griterío de mis nietos.

¿Qué es lo que más le desagrada?

La mentira, la hipocresía y las malas intenciones.

¿Cuál es el sonido o ruido que más placer le produce?

El viento moviendo las ramas de los árboles.

¿Cuál es el sonido o ruido que menos le gusta escuchar?

Los disparos, las bombas de estruendo. Ah… y los caños de escape libre. ¿Quién entiende a esos muchachos? ¿Son sordos? Porque van arriba de esas máquinas de ruido, es insoportable…

¿Cuál es su grosería favorita?

La puta madre.

Aparte de su actividad, ¿qué otra profesión u oficio le hubiese gustado ejercer?

Deportista. Me hubiera gustado ser un futbolista exitoso.

¿Qué profesión nunca ejercería?

Ingeniero o arquitecto.

Si el Cielo existiera y se encontrara a Dios en la puerta ¿Qué le gustaría que Dios le dijera al llegar?

¡Al fin llegaste! ¿Jugamos un truquito?

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