Reflexiones bajo el árbol. Por Lucía Pierucci.

De la celebración religiosa al fenómeno comercial. De aquellos personajes del pesebre que con mucha ilusión armamos al boom de los regalos bajo aquel árbol luminoso. Del renacer mágico del niño Jesús al frenesí del festejo como si el mundo se acabara esa misma noche. De aquellos deseos de paz, amor, y esperanza al delirio extremo por consumir. Ese es el encanto paradójico de nuestra bella Navidad. Esa Navidad que poco tiene que ver con la religión y más cerca está de ser un hecho culturalmente instalado, repetido y continuado por todos. Maravilloso momento, donde las calles se llenan de personas que intentan comprar regalos a sus allegados, donde el brillo de los carteles navideños con frases tan típicas como: “Regala amor en esta Noche Buena” o “Disfruta la Navidad” juega con la emoción de las personas y, las invita a consumir todo tipo de productos. Vemos que algunos hacen cola para cobrar, otros para poder gastar. Los cajeros de repente se quedan sin dinero y usamos ese verbo tan conocido por todos “tarjeteamos sin parar”.

Es así de disparatada la Navidad, andamos todos como zombis por las vidrieras sin saber bien qué regalar o peor a quién regalar. Llenamos el chango con comida de toda clase y bebidas varias como si fuéramos a introducirnos dentro de un bunker. Consumimos de todo. Comemos hasta el hartazgo, tomamos al estilo “bob esponja”, nos ponemos “regalones” como quien dice. Caminamos por las veredas sin ver, conducimos sin mirar. Nos sentimos un poquito más irritables, algo intolerantes. Saludamos a todos con un grato “Feliz Navidad” o “Felicidades”. Y, de repente nos ponemos un poco amnésicos. Olvidamos el valor que significan esas palabras, ya comunes, ya tan corrientes.

En este sentido, nuestra histriónica ciudad, se muestra similar a esa escena navideña. Las dos avenidas más importantes de la localidad San Martin y 14 de febrero son el epicentro de idas y venidas. Vemos a los comercios decorados con adornos navideños, vemos sus vidrieras adornadas de brillosas promociones, descuentos, ofertas, dos por uno y, nos vemos tentados a gastar y entramos en una vorágine consumista. Donde la melancolía de viejos recuerdos, de momentos pasados se nos hace presente esa noche pero, luego chocamos las copas y chin chin soñamos un nuevo resurgir, un hermoso comenzar.

Es así, vivimos en una sociedad culturalmente católica, donde la Navidad es una fiesta nacional y familiar, un festejo que no se discute, más allá de su origen religioso. Para algunos, es una época del año, nostálgica, otros la ignoran y otros se encargan de festejarla con bombas y platillos. Pero todos, la celebran a su manera. Incluso, los que menos creen en la religión, utilizan de alguna manera esa especie de excusa para reunirse con sus familiares, ya que todos coincidimos por igual en la idea de que es un tiempo de conexión y de unión con la familia.
Estamos expuestos a una sociedad en la que el marketing y la publicidad son unos grandes agentes que nos inducen al consumo continuo. Los más chicos, sólo piensan en la llegada de las 12 para abrir los regalos que, mágicamente, aparecerán bajo el árbol; los jóvenes que, también esperan su presente, miran el reloj continuamente para que, ya asomadas las 12 salir velozmente a brindar de más con sus amigos/as. Algunos adultos, gastan compulsivamente, preparan deliciosas mesas navideñas, decoran los espacios vacíos y, llegada las 12 sólo desean descansar. De generación en generación se imprimen sentidos diferentes.

Debemos remarcar la importancia que supone la Navidad para la sociedad en general, los hábitos y las costumbres que se realizan en esta época. El rol que juegan los más chicos es meramente importante, ya que no sólo es la ilusión sino el hecho de festejar todos juntos lo que suma un elemento de gran relevancia para ellos. De más está en remarcar que, la Navidad sin el consumo no sería propiamente “Navidad”. No podemos pensar la Navidad sin regalitos. Todo ese marketing creado es porque consigue el efecto que se pretende dentro de la sociedad. Y, los villenses no somos ajenos a ese ideal, consumimos sean por los motivos que sean. De esta manera, el consumo es algo que está permanentemente en todos los ámbitos: gastronómicos, de moda, juguetes, decoración, electrodomésticos, celulares, etc.

Esperamos que estas líneas no hayan enfriado el hermoso espíritu navideño, porque más allá de las compras y lo que representa para muchos negocios, nos referimos a unas fiestas de gran arraigo popular que podemos disfrutar cuidando nuestros bolsillos y comprando con sentido común y dentro de nuestras posibilidades. No podemos negar que, desde los más chicos hasta los mayores disfrutamos de todo esto, algunos por el significado del nacimiento de Jesús y, otros por el hecho de estar en familia.

Creemos que es un momento para estar todos juntos o como uno decida estar pero, siempre buscando renovar, siempre tratando de estar mejor. Apostamos a que los comercios locales nos garanticen esa magia de la Navidad junto a esos carteles que difunden mensajes de paz y amor. Tratemos que estas pintorescas frases que cuelgan en los negocios nos encuentre más solidarios, más comprometidos con el otro. Con ese otro que debería ya ser parte de un “Nosotros”.

Redacción El Sur

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