El descalabro del trigo, por Mariano Fortuna

El descalabro del trigo
Días atrás, el titular del Ministerio de Economía, Axel Kicillof, anunció que para este año el Poder Ejecutivo resolvió modificar el cálculo con que se estima la cosecha de trigo para el período y autorizó que se exporten tan sólo medio millón de toneladas del total de 9,2 millones que se calcula que el campo habrá de producir este año. El ministro anticipó que la intención es que para el final del período se hayan liberado “exportaciones por un millón y medio de toneladas”. “Nuestra intención es hacerlo de manera gradual y secuencial para garantizar el abastecimiento”, explicó. Pero lo que no explica es por qué en Argentina, otrora país productor por excelencia, se padece un importante faltante trigo.
Hacia mitad de 2013 el precio de la harina explotó, trayendo el consecuente aumento del pan y sus derivados. Hoy, el mercado interno sufre escasez de trigo con calidad panadera, por ende de harina, y de productos panificados. Conscientes del altísimo costo político y el impacto negativo que produce en el humor de la sociedad el hecho de que falte un alimento cargado de simbolismos como es el pan, el Gobierno busca con esta medida no repetir el disgusto, de cara al año que comienza. Lo singular del caso, es que piensan atacar el problema repitiendo las fórmulas que lo originaron. La razón de la merma en la producción triguera hay que buscarla por el lado de las repetidas intervenciones por parte del gobierno para paliar descalabros, en un sector al que hasta 2006 funcionaba bien, metiéndolo en un problema innecesario, al que ahora le quieren dar malas soluciones.
En la campaña iniciada en 2006, justo antes de que irrumpiera la política de intervención oficial, la Argentina ocupaba el cuarto puesto como mayor exportador de trigo y derivados, por detrás de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, de la mano de 12 millones de toneladas y una cuota de mercado del 10% en el comercio global de este cereal. Las estadísticas son contundentes, según un informe del IERAL de la Fundación Mediterránea: la superficie sembrada de trigo en Argentina pasó de un promedio de 6,4 millones de hectáreas (1997/2005) a 3,2 millones en la última campaña (2012/13).Es decir, la producción se redujo en un 40% en estos años, junto a una fuerte caída de la producción con calidad para panificación.

Teniendo en cuenta estos datos, bien vale la pena preguntarse sobre los motivos que impulsaron la intervención del gobierno sobre este sector. Los cuales, parecen ser copia fiel de aquellos que llevaron a que se interviniera la industria de la carne.

En 2006, con el afán de controlar las subas de precios de los alimentos, Guillermo Moreno, intentó “desacoplar” las cotizaciones en el mercado interno del boom que venían registrando en las plazas internacionales y así evitar que estas alzas no empujen la inflación aún más hacia arriba. Para ello, comenzó a imponer cupos a las exportaciones y a lanzar fiscalizaciones vía la extinta ONCCA, de modo de controlar stocks, con el objetivo de “garantizar la mesa de los argentinos”.
El funcionario tuvo éxito en su estrategia de desacoplar el precio nacional del trigo del que se pagaba en otros mercados, como Chicago, dado que al cerrar los envíos dejó, durante varias campañas, un mercado inundado de este cereal y a una industria molinera que no tenía que competir con las multinacionales que pujaban por hacerse de una cuota de trigo para vender afuera. Así, se elimina un competidor, se deja a la molinería más volúmenes para que compre cuando y como quiera. De esta forma, el precio se deprime y el productor triguero cada vez siembra menos.

¿El resultado? Precios deprimidos en el mercado interno y un fuerte desincentivo para avanzar en la producción de este grano, dada la falta de certidumbre que generaba la estrategia oficial. Cuando un negocio deja de serle rentable, es lógico que el productor se mude a otro nicho.

En definitiva, siempre termina pagando los platos rotos la gente más necesitada, que tiene que afrontar el costo creciente de un bien básico. Un kilo de pan cuesta entre $20 y $25 y para realizar un kilo de pan se necesitan 600 gramos de trigo que equivale a $1. La única “garantía”, en la mesa de los argentinos, es que es cada vez más cara.

Mariano Fortuna

Mariano Fortuna

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