Limoneros. Por Mariano Fortuna.

Parece estar generalizada la idea de que al contribuyente hay que darle tratamiento que se le da a un limonero, al que hay que exprimir pero no matar porque, entonces, no dará jugo. Esta premisa se corrobora toda vez que se avizora el proyecto de un presupuesto estatal. Pues todo lo que a niveles gubernamental funciona mal y lento, se vuelve ágil y eficiente a la hora de la recaudación impositiva.
El caso del presupuesto provincial para el próximo año resulta paradigmático. El esquema tributario para el año próximo se verá engrosado por la suma de dos nuevas imposiciones fiscales, una relacionada a la producción primaria y otra con la contaminación medioambiental de las industrias; se “retocará” el impuesto inmobiliario, urbano y rural, y se incrementará el impuesto a los sellos.
Todo esto, se da luego de que en 2012 el gobierno consiguió impulsar una reforma tributaria que le aseguró un aumento en la recaudación por $1000 millones, que en un principio apostaba a $1.600 millones. Pero nada alcanza. Cuando las cuentas no cierran, el énfasis nunca se pone en gastar menos o mejor, sino en esquilmar a los ciudadanos, haciéndolos financiar obligatoriamente los desaguisados en los que incurren los funcionarios de turno, mediante dibujos presupuestarios que buscan solapar imposiciones que, de otra manera, serían chocantes para el público.
Ahora bien, más allá de la asignación de recursos hacia cuestiones plenamente relacionadas con las inclinaciones políticas de cada gobierno, llama la atención lo que el ministro de economía Ángel Sciara presenta como “la gran novedad”, la cual consiste en la incorporación del “tributo ecológico o verde”, que se propone, desde la presión tributaria exigir a los sectores productivos que mejoren los niveles de contaminación. El proyecto en cuestión establece que se le cobrará la tasa ecológica a 82 firmas en toda la provincia, estando “exceptuadas aquellas a las que se le liquiden menos de 100.000 pesos de impuestos”. Aunque lo que no aclara, es que este nuevo tributo se aplicaría a las empresas que vienen cumpliendo con las dos leyes de impacto ambiental vigentes en Santa Fe, e igualmente contaminan, porque a las firmas que tienen emisiones por encima de lo permitido ya se les aplican las correspondientes sanciones económicas. En otras palabras, el estado provincial se propone paliar las supuestas externalidades, gravando por partida doble las actividades de algunas industrias, sin antes brindarles prestaciones adecuadas de gas natural, energía eléctrica y tratamiento de líquidos y residuos industriales, que provocan que, a pesar que ya realizan las erogaciones exigidas por la ley, sigan produciendo efectos nocivos para el medio ambiente. El gobierno provincial quiere que paguen para contaminar, que paguen dos veces, pero no destina los fondos recaudados para levantar una infraestructura que permita disminuir los procesos contaminantes.
Hoy en día, Argentina tiene una presión tributaria excesivamente alta, siendo el país con mayor carga tributaria de la región. En 2012 la misma trepó al 37,3% del PBI (cuando el promedio regional es del 19%), registrándose a la vez el mayor incremento latinoamericano desde el año 2000, cuando era del 21,5%. Mientras que el gasto público consolidado está en un nivel récord histórico, trepando cerca del 45% del PBI.
El aumento de la presión tributaria es malo para el ciudadano, pues todo peso que le da al estado (que no los devuelve en servicios de calidad), es uno menos que puede destinar a sus gastos cotidianos, a la inversión o bien, al atesoramiento. Pero en este contexto, es un cachetazo para las empresas, que deben pagar más impuestos, en un escenario donde deben enfrentar atraso cambiario, caída de la actividad económica y aumento de los costos internos por causa de la devaluación. Lo que supone un combo explosivo para el mantenimiento de la competitividad y los márgenes de rentabilidad.
El hecho de que Santa Fe, a pesar de sus problemas, siga siendo uno de los estados sub-nacionales más ordenandos en su administración, no debe desviar la atención del verdadero quid de la cuestión. Cuando los números aprietan, y la sensatez apunta hacia el sendero de la mesura, nunca es ese el camino elegido, siempre se toma el atajo, el camino más corto y tentador, que conduce al raquítico limonero, al que siempre le quedará una gota.

Mariano Fortuna

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