Villa necesita un plan. Por Mariano Fortuna
El desarticulado despliegue territorial de la localidad no es una cosa nueva. La ciudad, históricamente, tuvo un crecimiento desordenado, sobre todo a partir de la década de los ’50, cuando la población experimentó un gran salto cuantitativo motivado por el florecimiento de establecimientos fabriles de envergadura. Esto, generó una demanda de espacio, resuelta con el loteo de terrenos próximos a los centros industriales, llevando a la ciudad a expandirse en forma atomizada y con localizaciones aisladas de baja densidad poblacional. En el tiempo transcurrido de aquellos años a esta parte, el entramado productivo ha construido un perfil mucho más claro y la integración espacial va saldándose poco a poco, pero la ciudad todavía no ha definido su fisonomía, ni ha construido un modelo de futuro hacia el cuál transitar. Por este, más que por ningún otro motivo, Villa Constitución precisa un plan.
Para buscar el origen de esta necesidad debemos retroceder el tiempo un trecho considerable, la idea de un plan regulador ha sufrido marchas y contramarchas, pero surge como una preocupación con tremenda vigencia en este momento, en el que vemos a ciudades aledañas crecer a un ritmo sostenido, empujados por proyectos ambiciosos de cara al río Paraná, marcando un horizonte de desarrollo, abriéndole a sus pobladores múltiples alternativas. Estos ejemplos cercanos rebotan con fuerza aquí, funcionan como piedra de toque para el cuestionamiento hacia el interior, y, a su vez, presentan una certeza acompañada de una gran pregunta. Por un lado, evidencian que efectivamente la planificación surte efectos en la práctica. Muestran que es posible consensuar un conjunto de estrategias de desarrollo urbano y gestión que definan un horizonte deseado y posible de transformación para los próximos años. Pero es aquí donde aparece el mayor interrogante: si otros propusieron y pudieron ¿por qué no se hace en nuestra ciudad? Pues, hemos visto evolucionar este tipo de proyectos a nuestro alrededor sin la menor ambición de querer reproducirlos localmente.
La situación de Villa Constitución, en este sentido, es altamente auspiciosa si se quisiera hacer algo al respecto. Es cabecera de departamento, posee ventajas comparativas que, apoyadas en cuestiones de tamaño, infraestructura, ubicación estratégica, canales de comunicación, industria y comercio, entre otras, revisten un panorama tentador para el desarrollo de planes de tal índole. Pero nada de eso puede ocurrir si no se plantean ciertos interrogantes, no sólo a futuro, sino fundamental y críticamente al presente, a lo que se es y lo que se tiene. Pues el desconocimiento y la improvisación son serios enemigos a la hora del trazado de un plan. El hecho de no conocer las fortalezas y debilidades alimenta la incertidumbre ante el entorno, implica exponerse sin previsión ante las amenazas y desaprovechar las oportunidades, dejándolas pasar, o abordándolas mal y a destiempo. Con recursos siempre escasos y elevados los costos de oportunidad, el método de prueba y error, o el emparche sobre la marcha, resultan doblemente ineficientes. Porque lo que se hace mal desde el principio, se hace mal dos veces.
No fijar un rumbo, significa dilapidar tiempo, reducir márgenes de acción y en nuestro caso en particular, resignar aquellos espacios físicos de extrema importancia estratégica para un desarrollo sostenible de la ciudad.
La ciudadanía y sobre todo las autoridades políticas deben involucrarse en un proceso de reflexión a través del cual se elija el futuro deseado para la ciudad y se establezca el camino para conseguirlo. Se hace imperioso saber a dónde estamos y hacia donde queremos avanzar, pues, como sostenía Séneca, “no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”.