El capitalismo que supimos conseguir. Por Ariel Fernández
En las últimas décadas se operaron en el sistema capitalista a nivel global una serie de mutaciones que afectan la subjetividad humana, produciendo patologías en la salud mental y aumentando el sufrimiento de cada uno de los trabajadores.
En efecto, como afirma el psiquiatra y psicoanalista Christophe Dejours, las formas de organización del trabajo son modos en los que se ejerce la dominación. Las técnicas aplicadas en los procesos de trabajo tienden a fomentar la competencia entre los trabajadores, realizando una evaluación permanente de los rendimientos o performances que tienden a romper y erosionar la solidaridad en los colectivos.
Esto genera en principio un aislamiento de quienes viven del trabajo en el que, con las crecientes exigencias productivistas producen un verdadero acoso moral sobre los mismos que los enfrenta a dilemas morales. Se atacan las subjetividades, se las altera y estas van siendo constreñidas por múltiples dispositivos de control.
Las coartadas ideológicas que utiliza el sistema adquieren diversas máscaras: procesión de globalización, guerras comerciales, “prestaciones de calidad total de los servicios” y otros ropajes que no son otra cosa que renovados eufemismos para viejas prácticas que refuerza la explotación y la dominación.
Dejours plantea que el trabajo no ha perdido su centralidad política en las sociedades contemporáneas, más allá de los argumentos acerca de que las tecnologías reemplazan al trabajo vivo en múltiples actividades. El neoliberalismo no muestra explícitamente los mecanismos de dominación y tortura como lo hacen los regímenes dictatoriales, sin embargo invade a veces sutilmente, y otras de modo explícito el mundo del trabajo, procurando moldear nuevas subjetividades que generan la ilusión del éxito individual.
El neoliberalismo es un modo operativo del capitalismo tardío que utiliza herramientas como la desterritorialización de las industrias, la flexibilización del empleo y una brutal precarización de la fuerza de trabajo, elementos que a la luz del creciente lanzamiento al desempleo masivo en ciernes siembra lo que Viviane Forrester llama el horror económico.
Uno de los mecanismos que garantiza a las clases dominantes la aplicación de las maniobras arriba descriptas es generar como afirma Dejours, siguiendo a Hannah Arendt, la desolación de los sujetos, los que sometidos al acoso laboral sienten que no pueden emprender acciones colectivas y solidarias de resistencia a los métodos de capital. Hacerlos sentir que cualquier proyecto de resistencia es un esfuerzo vano, pues la aceptación de lo establecido es la única posibilidad.
Como es evidente el neoliberalismo postula falazmente el “fin de las ideologías de cambio”, “el ocaso de los grandes relatos utópicos”, “el fin de la historia”. Es decir, la aceptación de los sistemas de explotación y dominación establecidos.
La indiferencia frente al sufrimiento del prójimo y la percepción de nuestros semejantes como potenciales competidores instala el egoísmo como premisa y búsqueda de la “salvación individual” a toda costa como único camino.
La banalización de las injusticias sociales es la aceptación resignada de vidas que transitan verdaderos laberintos que se multiplican.
Las patologías generadas por el sufrimiento en los lugares de trabajo han potenciado el aumento de los suicidios en las propias plantas de producción manufacturera, o bien emergen síndromes como los ataques de ansiedad y pánico a los que ciertos profesionales buscan atenuar u ocultar a través de procesos de medicalización, que sólo contribuyen a la domesticación de quienes no aceptan las imposiciones laborales. Estos procesos de medicalización no hacen sino esconder el sufrimiento generado por el propio sistema de explotación de las fuerzas de trabajo, buscando una adaptación compulsiva.
Las consecuencias concretas de la aplicación de las nuevas tecnologías laborales generan una serie de problemáticas que se agudizan con la continuidad de estos mecanismos a saber: la infelicidad y frustración por el sufrimiento laboral lleva a un aumento en el consumo de drogas, medicamentos y adicciones varias como el alcoholismo, proceso de dopaje para evadir el malestar. Aumento considerable de la agresividad, relacionada con la violencia social y el desempleo. Los trabajadores empleados también son víctimas durante los procesos de trabajo profesional de acoso moral también llamado mobbing, es decir cuando los empleadores realiza acciones para provocar malestar y la renuncia de su empleado.
Coincidimos con lo que propone Christophe Dejours: que el trabajo vivo, es decir los seres de carne y hueso que cada día padecen las condiciones que impone el sistema del capital mercancía, es un ámbito fundamental de luchas sociales por la emancipación. Esto no excluye la articulación de diversas acciones de resistencia colectiva de sectores excluidos y castigados cotidianamente por el sistema.
En todos los ámbitos deben librarse las luchas que impidan que las pulsiones destructivas de las subjetividades continúen imponiéndose.
Son claramente pulsiones de muerte que operan desde el inconsciente multiplicando el sufrimiento de los seres humanos sólo para garantizar la tasa de ganancia a las minorías expoliadoras.
Sólo las acciones colectivas podrán neutralizar estos mecanismos y dispositivos destrucción masiva e implacable de vidas.