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Democracia y rating por Alejandro Bongiovanni

El Gobierno subraya su calidad de firme defensor de la democracia. No la Democracia como matriz de poder equilibrada, respetuosa de las minorías y atravesada por diques de contención (económicos, políticos y jurídicos) sino la democracia como “poder irrestricto de la mayoría”. La lógica del kirchnerismo –basada en las líneas filosóficas del altivo Laclau– entiende que quien gana la elección obtiene un “derecho a todo”, un cheque en blanco. Consecuentemente, cualquier pretendido freno a este “derecho a todo” es antidemocrático y destituyente. No es una novedad.

El kirchnerismo rinde culto al número, a la cantidad. El glorioso 54% obtenido en la histórica elección de 2011 es el pueblo que legitima y justifica cualquier acto de gobierno. El guarismo restante no existe o es irrelevante. Son pocos, feos y malos.

Los muchos actos oficiales –sostenidos con el dinero de mucho más que el 54% de la población– mostraron siempre que el kirchnerismo llenaba calles, copaba estadios e inundaba plazas. La cantidad, siempre la cantidad. Luego del 13-S esto cambió. Una parte de la sociedad le ganó la calle al kirchnerismo, sobre todo, a partir del 8-N, manifestación de magnitudes históricas.

Cantidad contra cantidad, el Gobierno respondió con un argumento que también apela al fetiche numerológico: “Si quieren cambiar las cosas, armen un partido y ganen elecciones”. El “pueblo” ya no está en las calles, porque admitir esto sería reconocer que el 8-N fue mucho más numeroso que cualquier otro acto oficial. El “pueblo” es el que gana elecciones. Ya se verá cómo se dirimen las de 2013.

Ahora bien, la cuestión que tiene en vilo al oficialismo –y lo distrae de temas más urgentes e importantes– es el rating. Seamos honestos, no hay que enturbiar la cuestión con el humo de “democratizar los medios”. El problema del Gobierno es ¡que no tiene rating! El número, la cantidad, le escasea en materia de medios. La gran mayoría de la población elige informarse con Clarín, Lanata, TN, Perfil o La Nación, antes que con Tiempo Argentino o Página12. Para el Gobierno y su vanidad numérica, esto es un bochorno.

¿Qué hacer? Si fuesen coherentes, deberían contestarse a sí mismos: “Si queremos cambiar las cosas, fundemos un multimedio y ganemos la audiencia”.

Lo hicieron, con grandes gastos, y no les va muy bien. La gente gambetea los medios oficialistas, porque saben que su credibilidad es muy menor a la de los medios privados. Sólo “Fútbol para Todos” es visto masivamente –por eso los spots de los entretiempos–. El ciudadano sabe además, que el multimedios público es sostenido por su bolsillo. Como se ha dicho, “Si Clarín miente, miente con su plata. Los medios del Estado lo hacen con la nuestra”.

La reflexión que cabe es la siguiente. ¿No es el rating algo completamente democrático? ¿Por qué el gobierno no respeta aquí la voluntad de la mayoría?

¿Quieren desaparecer a Clarín? Les paso la receta: hagan que el 54% –que en teoría son amantes del actual modelo– escoja los medios oficiales y no compre ningún producto de Clarín. En pocos meses, chau problema. No hay cautelar ni Corte que puedan contra eso. O bien admitan que la mayoría que creen manejar no está en la calle, y tampoco está en el rating –¿estará todavía en las urnas?– . El Gobierno debería trabajar para recuperar la mayoría, sin usar la fuerza ni los recursos del Estado. No es una tarea imposible, sólo debe concentrarse en los problemas de la ciudadanía, y no en los del Partido.

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