Palabra por palabra: Julieta Caffesse

Vamos a hacer un ejercicio: ¿Quién no se ha quejado alguna vez cuando en un día de lluvia pisa una baldosa floja que lo salpica por doquier? Ahora imagínense que cada día de su vida y a cada paso se topan con esa baldosa, ¿sería extremadamente molesto no?, bueno, Julieta prácticamente vive sobre esa baldosa y se moja, y la salpica, y le molesta, pero por más agua que levante, esa baldosa no la detiene. Ser una persona con discapacidad en una sociedad como la nuestra es sumamente complicado y pedir igualdad me suena a poco, hay que exigirla y en todos los ámbitos posibles. Podemos hablar largamente de la discriminación que se sufre día a día, y eso no se resume a una risa burlona, un desagravio, una mala cara; cuando digo que hay discriminación en todo, es en todo. Y eso me trae un recuerdo. Hace cuatro años estábamos con Juli en Riberas, el club de sus amores, llovía torrencialmente, y como suele suceder en esa esquina, el agua subía a la vereda. Era tarde, teníamos que irnos y ahí empezó la odisea. Intentar subir la silla de ruedas al auto y que Juli lo haga lo más dignamente posible nos costó muchísimo porque, permitiéndome ser sincera, nuestra ciudad no está preparada para “lidiar” con personas con discapacidad. Después de analizar como ingenieros, y con un rayón en el auto de por medio, Juli subió y la silla también. Avergonzada, como si ella hubiera hecho algo mal, me pidió perdón. Ahí me di cuenta que nosotros tenemos que pedir perdón, porque si ellos no pueden transitar dignamente por nuestra ciudad es porque nosotros nunca nos ponemos en el zapato del otro, pero sí nos quejamos cuando una baldosa nos salpica.
Cuatro años después de aquel “incidente”, acá está Juli, con los mismos problemas. La espero en la puerta de su casa (donde ya le es imposible salir cómoda, porque los que esquivan el estacionamiento medido se agolpan en su ingreso), y la veo venir por la calle (intenten pasar con una silla de ruedas por la vereda y después me cuentan), su hijo mayor Nacho la llevaba, “¿podés creer? Estamos terminando el año, ¿cuántos días de clase quedan?, y este pibe rompió los zapatos”, me dice con una sonrisa mientras Nacho sube la silla en el único lugarcito que queda entre auto y auto.
Entramos a su casa y mientras la mamá nos ceba unos mates, Juli con su verborragia característica empieza a contarme su historia. Los recuerdos de la infancia y la adolescencia son los mejores, “nunca me sentí distinta, salvo cuando íbamos a la pileta y jugábamos al culipatín, les ganaba a todos porque me faltaba la parte de abajo y demoraba más en caerme”, recuerda y se ríe. Ella es así, positiva, optimista, cree que la gente puede cambiar, sólo hace falta tiempo. “Igual te digo, cuando veo que hoy las mamás tienen los mismos problemas que tenía mi mamá, me da una bronca, la gente no evolucionó en cuanto a eso. Aunque tengo que reconocer que por lo menos ahora se habla, antes era un tema tabú. Eras diferente y punto”.
Tiene los mejores recuerdos de su escuela “Cristo Rey”, “tuve suerte, estuve en un lugar como pocos”, dice. Agradece las oportunidades que le dieron Riberas del Paraná y el Náutico, “los volví locos, pero adaptaron un montón de lugares, algo que no hacen en ningún lado”, resalta.
A medida que avanza la charla, se despierta Milagros, su tercera hija. Felipe, el del medio, estaba en la escuela. Si moverse por las veredas es una misión imposible, imaginen lo que fue dar a luz. “Evidentemente no tenía derecho de tener familia, por suerte el médico se daba cuenta de las falencias del sistema y reacomodó todo”, contó sobre esa experiencia que atravesó en tres oportunidades. Pero todo eso resulta poco, comparado con lo que vive hoy, “me lamento porque mis hijos pasan lo que yo no pasé. En mi época, los padres no discriminaban; hoy sí, y le enseñan eso a sus hijos”, dice como un llamado a la reflexión.
Además de ser mamá, Julieta disfruta nadar (es miembro de los Tiburones del Paraná), y ama el agua porque no discrimina, la tierra sí. Odia a los que la tildan de “pobrecita”, y siempre responde con una sonrisa, hasta la barrabasada más grande que pueda escuchar. Se incomoda con las miradas por lo bajo o los susurros, y disfruta del pensar que está dejando algo para el futuro, para que de una vez por todas la sociedad cambie, y la inclusión no se resuma a una charla de café o a un reconocimiento una vez al año. Se denomina a sí misma como “la chica envase”, “seamos realistas, lo primero que uno ve es el envase, y después qué hay en su interior. Está en cada uno quedarse con lo afuera, o buscar un poco más para saber qué hay dentro mío”, cuenta.
En fin, Julieta es así, mucho más de lo que ves, o de lo que creés; y hay muchas más Julietas en nuestra ciudad.
Por eso, tenemos que saber que cuando alguien susurra, se burla, se aleja: discrimina. Y cuando nos permitimos vivir en una sociedad “no apta para todo público”, también discriminamos.
El lunes es el día de los derechos de las personas con discapacidad (entiéndase la diferencia, discapacitados no; porque ante todo son personas), y estaría bueno que esa fecha no la usemos para reflexionar, si no, para comenzar a cambiar. Empecemos a ponernos en el lugar del otro, si ellos se la pasan integrándose, ¿por qué no empezamos a incluirlos? Ojalá ya nunca más sea vos y yo; ojalá finalmente seamos nosotros; y ojalá la gran baldosa en la que estamos parados nos deje de salpicar.
¿Cuál es su palabra favorita?
Vida.
¿Cuál es la palabra que menos le gusta?
Pobrecita. Nunca detesté tanto una palabra, ¿yo pobrecita?, no tenés idea lo feliz que soy.
¿Qué es lo que más le causa placer?
Nadar.
¿Qué es lo que más le desagrada?
Que la gente por ignorancia diga “no puedo” o “no se puede”, por qué no intentan buscar la solución (que siempre la hay), y después vemos si no se puede.
¿Cuál es el sonido o ruido que más placer le produce?
La brazada en el agua. Y el grito de Patricio (Huerga), cuando vas llegando a la meta.
¿Cuál es el sonido o ruido que menos le gusta escuchar?
El murmullo de la gente discriminándote por diferencias.
¿Cuál es su grosería favorita?
Hijo de puta. Y me sale del alma, con muchas ganas.
Aparte de su actividad, ¿qué otra profesión u oficio le hubiese gustado ejercer?
Maestra para chicos especiales, o estudiar algo referido a la natación para poder ayudar en lo que se pueda.
¿Qué profesión nunca ejercería?
Derecho. Me agarraría a piñas con todo el mundo.
Si el Cielo existiera y se encontrara a Dios en la puerta, ¿qué le gustaría que Dios le dijera al llegar?
Viste que se podía, que nada es tan difícil para no ser superado.