El hombre que corría tras el viento. Por Ariel Fernández*
El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada
Ismael Serrano
A veces tengo la certeza de que los humanos somos como el hombre que corre tras el viento, por la persistencia y por la imposibilidad de alguna vez poder lograr alcanzarlo; y por eso mismo, quizás, que nos repetimos cual tragedia anual.
Ante las tragedias los planteos terminan afiebrándose en busca de culpas que se esconden en la ambición de un sistema capitalista que sólo pide e insinúa que hay que tener más, sin importar los costos, sin importar el Otro. El sistema nos hace pensar en nuestro ombligo, salvo que la tragedia aflore y nos sensibilice, al menos por unos días.
Muchas transformaciones se han producido en las últimas décadas que a su vez han generado no sólo una variación en los modos de relacionarnos con los demás, sino también el carácter patológico que esos vínculos reproducen.
A diario, se producen violaciones de derechos que fomentan la soledad, la ignorancia y el rencor y no siempre se les presta atención en los medios informativos, aunque esos acontecimientos son una explícita emisión de señales que permiten visualizar los diversos malestares sociales.
Después de toda tragedia se exhiben reclamos variopintos, lo llamativo en este caso, es que muchos de los participantes no se muestran solidarios frente a las irritantes desigualdades que genera el sistema económico y social vigente.
Este es un claro síntoma de la fragmentación social imperante, de la ruptura de la trama de solidaridades básicas y de la emergencia de nuevas formas de manifestarse que parecen ir esbozándose en los escenarios actuales.
Las sociedades desiguales multiplican los escenarios de conflicto y habrá que observar el devenir de estos procesos para desentrañar las claves, que permitan a las acciones colectivas romper con el aislamiento y la atomización para encaminarlas en sentido genuinamente transformador de realidades que además de la irritación deberían también despertar la solidaridad.
Las distintas responsabilidades, tanto de funcionarios de la ciudad como nacionales, las fuerzas e instituciones de seguridad, los dueños y explotadores del edificio, la sociedad y la prensa tienen distintos grados de responsabilidad en lo sucedido en el supermercado de la cooperativa obrera, que necesariamente debe dilucidar y dictaminar la justicia.
No alcanza con expresar que toda la sociedad carga o tiene la culpa –lo cual es una parte de la verdad-, por una serie de barbaridades absolutamente evitables que suceden casi cotidianamente en la Argentina y que concluyen de manera trágica. Deben discriminarse claramente las responsabilidades cívicas, penales y políticas. Responsabilidades que por más que lleguen, mientras no podamos construir un NOSOTROS, nunca aliviarán nuestro dolor.
Por eso, tengo la certeza de que mis palabras son como el hombre que corre tras el viento, con la diferencia que en este caso, mis palabras lo hacen siguiendo las huellas que va dejando la muerte.
* Escritor y psicólogo villense radicado en Neuquén.